sábado, 26 de enero de 2013

La reforma educativa mide todo en términos de eficacia y rendimiento económico, y deja la enseñanza de la filosofía reducida a una especie de pasatiempo de excéntricos

Recuerda Fernando Rampérez la crítica que en su día hizo Nietzsche al Bachillerato de su país, y hace bien al traer sus palabras a la España de 2013 porque no han perdido vigencia:


“Han metido del modo más grosero sus manazas en la más noble de todas las artes, el arte de educar”. Ése fue el diagnóstico con el que Nietzsche, un Nietzsche joven y combativo, juzgaba el sistema de bachillerato de su país en 1872. Contra la escasa sensibilidad de “pedagogos y políticos”, pedía que se educase especialmente para cuidar la lengua, apostaba por una educación “que consuma mucho tiempo” y reclamaba lectores pausados, detenidos y atentos que no midiesen continuamente todo en términos de ahorro o despilfarro de tiempo y que no confundieran la inteligencia con la propiedad"
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